Mi carta a los Magos de Oriente

Escena central de la Epifanía, o Adoración de los Reyes Magos, en el retablo mayor de la Seo de Zaragoza. Arte gótico, del siglo XV. Escultor: Hans de Suabia.

Con frecuencia pensamos que la magia del día de Reyes reside en los niños, sin embargo suele esconderse más en los adultos. El 6 de enero es tan sólo la manifestación pública de lo que se ha estado haciendo en silencio, por y con amor, los otros 364 días del año.

Hace unos días presenciaba una escena que inmediatamente inspiró en mí el tema de este artículo. Mi pequeña sobrina, con cuatro años de edad recién cumplidos, comía delante de su madre las últimas gominolas que tenía y exclamaba: “¡Ya sé que a las mamás no os gustan los chuches!”. Esta afirmación encierra en sí lo que se presenta como un auténtica misterio: casualmente, a nuestras madres siempre les ha gustado todo lo que resulta despreciable por nosotros. Echando la mirada atrás, recuerdo la satisfacción que mi madre tenía de comerse el trozo de mazapán que había salido ennegrecido del horno, aquella pieza de fruta que ya estaba demasiado madura, o las sobras del día anterior. Este antagonismo en los gustos no sólo se quedaba ahí: mientras a mí me gustaba dormir, ella era la última en acostarse y la primera en ponerse en pie. A pesar de eso, ¡nunca se ponía enferma! ¡todo lo contrario a mí!

A poco inteligente que fuera uno, enseguida descubría que esta armonía familiar no era producto de la casualidad. Aquí había truco. No faltarán quienes sigan llamando a esto “suerte”, o lo consideren como un “derecho”, sin acertar a ver tras cada gesto descrito un acto de amor gratuito por parte de nuestros padres. Este tipo de personas suelen ser aquellos que afirman tajantemente que sus padres “les mintieron con la magia de los Reyes Magos”. La dureza de corazón les ha cegado y no les ha permitido ver que los Reyes Magos son auténticos, pero que no se dan a conocer por aquello del Evangelio: “cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mt 6,3).

Con frecuencia pensamos que la magia del día de Reyes reside en los niños, sin embargo suele esconderse más en los adultos. El 6 de enero es tan sólo la manifestación pública de lo que se ha estado haciendo en silencio, por y con amor, los otros 364 días del año.

Vivimos en un momento en el que todo lo queremos alcanzar por acuerdos establecidos. Y este espíritu ha llegado incluso al ambiente familiar. Sin embargo, desde mi punto de vista, para que realmente funcione una familia tiene que dejarse impregnar por otra fuerza: la magia de los Reyes Magos. Esta viene a decir que en el hogar, el reparto de tareas por consenso de mínimos encierra un cierto egoísmo. Lo ideal sería que cada palabra y acción fuera inspirada por el amor, llevando a la práctica el ideal evangélico: “el que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mc. 10, 39).

Llegando estas fechas recuerdo que, cuando era niño, en la noche de Reyes de más de un año no dejé conciliar el sueño a mi hermano, que dormía en la misma habitación que yo. Constantemente estaba encendiendo la luz para evitar dormirme y poder ver a los Magos, que estaban a punto de dejar sus regalos. Tenía la certeza de su llegada, ya que previamente les había escrito una carta. Mirando mi historia personal y la de tantas personas con las que me rodeo, me resulta curioso corroborar cómo entre el cargamento de Melchor, Gaspar y Baltasar nunca aparece el carbón, a pesar de lo que se nos dice el resto del año. Al mismo tiempo, me parece conmovedor los esfuerzos que los Magos de Oriente siempre hacen para poder atender, al menos, a alguna de nuestras peticiones.

Ahora, transcurridos unos años, quiero cambiar el espíritu que inspire mi carta a los Magos. No quiero pedirles nada. Sé que siempre están atentos a lo que necesito y que son felices dando. Pero… supongo que también les alegrará recibir algo por mi parte. Soy consciente de que el tiempo se me echa encima. Con la prisa que ello implica, y la fiebre que se respira en estas fechas para adquirir cosas materiales, tan solo voy a poder escribir una breve nota a modo de carta:

“Queridos Reyes Magos: gracias por tanto, perdón por cuantas veces no me he portado como debiera y os quiero mucho. Ojalá yo os pueda hacer tan felices como vosotros me lo hacéis a mí”.

 

Jorge de Juan Fernández

Dpto de Psicología, Sociología y Filosofía

Universidad de León