A Fonsagrada, territorio de la distancia
Galicia es tierra familiar, y A Fonsagrada es un paisaje legendario, en la provincia de Lugo, donde se rodó Elogio de la distancia, un poético documental realizado por el leonés Felipe Vega, con guión de Julio Llamazares.
Me habían hablado tanto de A Fonsagrada, que se me acabó metiendo el gusano de la curiosidad en el cuerpo y en el alma. El visionado de esta película -y sobre todo las maravillas que me contara una buena amiga- fueron el impulso definitivo para visitar este territorio, que se torna entrañable cuando se contempla con ojos de asombro, como un niño que descubriera la realidad, la luz, el encanto de la naturaleza salvaje.
Con el documental bajo el brazo, y una enorme inquietud, me dirijo hacia este municipio, situado en el camino primitivo de Santiago, en busca de lugares y personajes. El punto de partida es Ponferrada. Determinados tramos del viaje, hasta alcanzar A Fonsagrada, se me antojan de una sin par belleza. Los Ancares fascinan al viajero, sobre todo si uno se atreve a seguir la ruta a orillas del río Navia, a su paso por Navia de Suarna, donde éste puede reponer fuerzas, visitar su castillo y darse un chapuzón en sus aguas, bajo el puente medieval, antes de alcanzar el objetivo.
A Fonsagrada se aparece empinada, y tengo la impresión que desde esta montaña gozaré de magníficas vistas, lo que confirmo casi de inmediato. Me quedo sobrecogido. El aire sopla fresco aunque sea junio y luzca el sol, porque esta población está a mucha altura sobre el nivel del mar. Doy un paseo por la misma, en espera de encontrarme con sitios y personajes fílmicos, y aun con el resto del paisanaje. «Esta es la fonte que da nombre a la población, y esta la Casa do Concello», me dice mi compañera de viaje. De repente nos topamos con un mercado, donde compramos unos quesos, y el vendedor nos obsequia una botella de vino. Seguimos caminando hasta llegar a una casa. «Vamos a visitar a una persona que de seguro te gustará. Aquí vive el 'padre' Mondelo». Nos recibe con los brazos abiertos como si fuéramos peregrinos dispuestos a alcanzar la gloria eterna, aunque en realidad no hemos llegado en peregrinación. Se trata de un hombre entregado a las nobles causas, que nos deleita con su conversación y su sentido del humor. «Daros una vuelta por el pueblo, que luego quedamos para comer», nos dice. La comida, con el pulpo a feira como especialidad, nos resulta divertida y entrañable. También nos acompañan unos misioneros, llegados de lejanos y exóticos lugares como Sudáfrica, Kenia o Perú, con sus vivencias y su espiritualidad a cuestas. Uno de ellos, de origen italiano, se muestra entusiasmado cuando nos ponemos a hablar en su lengua materna, mientras le atizamos al vino. Nos despedimos, en espera de encontrarnos en otro momento, y continuamos nuestro viaje por los alrededores de A Fonsagrada, cuya naturaleza se nos ofrece esplendorosa. El viajero (y la viajera) sienten este paisaje como propio, y por instantes tenemos la grata impresión de que un chorro hipnótico y arrullador nos devolviera a un espacio primigenio, la catarata de La Gualta, en Noceda del Bierzo. Estamos ante la Seimeira de Vilagocende, cuyos efluvios nos ayudan a tonificar el cuerpo y el ánimo. Es un espacio sagrado, que nos invita a saborearlo en toda su grandiosidad. «Este podría ser buen sitio para acampar», nos decimos. En todo caso, es un magnífico lugar para echarse una siestecita, después de una sabrosa comida. Descansamos durante algún tiempo. Aún tenemos por delante una larga jornada. Repuestos y tonificados, regresamos al centro de A Fonsagrada. Allí nos espera el restaurante Cantábrico. Parece que estuviéramos siempre tras la comida, pero no es del todo cierto. El Cantábrico es un restaurante en el que encontraremos, al menos, a un personaje que forma parte de Elogio de la distancia.
Bolaño -en realidad se llama José Lombardía Pereira, nos aclara su hijo Adrián- es el dueño del Cantábrico, que aparece en el documental, en concreto en la estación de otoño. «Pues nada, hemos venido aquí gracias a Julio Llamazares», le decimos al hombre. «Ah, Llamazares, claro», responde él, satisfecho. Entonces, se muestra interesado y nos enseña un libro titulado Eloxio da distancia, cuyas fotos corresponden a Cecilia Orueta, la compañera de Llamazares. En este singular libro figuran interesantes reflexiones y miradas de sus autores: «Antes da mirada, a paixaxe era só un territorio». Bolaño confiesa que se divirtió mucho durante el rodaje. «Ser, é unha película, pero chámano documental para non ter que pagarlle aos actores», aclara él con humor. También nos cuenta que disfrutó conversando sobre su afición común, las setas, con otro emblemático actor, Yuma, y jugando con el hijo de Llamazares y Cecilia Orueta. «Un aguilucho», dice Bolaño con simpatía acerca de este niño. Adrián, en cambio, asegura que no quiso aparecer en el documental porque tenía que madrugar para los rodajes, y eso no le gusta. La charla resulta amena. Y aprovechamos la ocasión para preguntarle a Bolaño por otros dos personajes de la zona, Atilano y su hijo Cándido. «Atilano acaba de morirse», nos dice con pena. «Atilano –se sonríe Adrián- bebió muchísimos los litros de alcohol». No nos extraña que Llamazares acuñara el término atilanarse, acaso con la intención de que este vocablo llegue al Diccionario de la Academia de la Lengua como sinónimo de embriagarse.
El Cantábrico -en tiempos escuela y ahora conocido como restaurante Bolaño- es un buen sitio para reponer energía al amor de una cazuela de caldo y un vino o cualquier otro manjar, postre incluido, por ejemplo una tarta de A Fonsagrada, que está exquisita. “Estáis invitados a comer lo que queráis”, nos aclara Bolaño. Y añade: “el caldo está muy rico”. Ya se sabe que Galicia es el paraíso de la gastronomía, y aquí se come bien y abundante.
El paisaje de la distancia, alejado de casi todo aunque cercano a las poblaciones astures de Grandas de Salime y San Antolín de Ibias, resulta cautivador y nos invita a reflexionar sobre la belleza en el mundo, contenida en este espacio mítico. Antes de abandonarlo, saludamos a las diosas, y emprendemos ruta hacia la cuna del padre Mondelo: San Martín de Suarna, que nos religa con una suerte de espiritualidad en medio de un bosque eterno de castaños, robles y abedules. Como en un abrir y cerrar de ojos el viaje por este paisaje cinematográfico está llegando a su fin, pero Eloxio da distancia nos deja marcados: «Eloxio da distancia é a película dun escritor e o libro dun cineasta ou mellor: é a película dun viaxero que escribe e o libro dun cineasta que viaxa». «O cine é viaxar e as películas deberían propoñer viaxes». He aquí el nuestro.
Manuel Cuenya