Salamanca, festiva y torera.
"Venid hasta el borde, les dijo. Tenemos miedo, podríamos caer. Venid hasta el borde, les dijo. Ellos fueron. Los empujó... y volaron". G. Apollinaire (Esta cita aparece pintada en una pared de Salamanca, en la calle del parque, la que mira hacia La Vaguada o Barrio Chino).
A principios de septiembre, coincidiendo con las fiestas de la Encina de Ponferrada, Salamanca se convierte en una gran feria (los toros son toda una institución) y fiesta. Con magníficos conciertos en la Plaza Mayor, una de las más bellas de España.
No en vano, la ciudad helmántica atesora, desde tiempos inmemoriales, fama de ciudad licenciosa y bruja. Véase la cueva de Salamanca, donde se supone que brujas y demonios celebraban sus aquelarres.
Uno suele aprovechar el tirón, por estas fechas, para acercarse a la ciudad torera, rejoneadora, con aroma a pata negra, hornazo y chocho (que es un dulce anisado), en la que tuve el gusto de vivir como estudiante universitario durante algún tiempo, no mucho, esa es la verdad, aunque sí intenso y sabr
oso, porque allí estuve haciendo, después de acabar mi carrera en Oviedo, los cursos de Doctorado. Pero esto ya forma parte de la prehistoria. Qué tiempos aquellos. Entonces, uno era un jovencito dispuesto a comerse el mundo. Luego uno comienza a ser consciente de la brevedad de la vida. Qué maravilla, ser joven y vigoroso. Bueno, ahora no puedo quejarme, aunque los años no pasen en balde. A partir de los setenta años, decía el escritor Juan Goytisolo, uno aprende a vivir cada día como si fuera el último. A partir de los cuarenta, se me antoja decir, uno intenta vivir con intensidad, disfrutar de cada momento. Pero no nos pongamos (mi lacayo y yo, o yo y mi lacayo, que diría Larra) estupendos, y vayamos al quite, a esa Salamanca que me sigue cautivando, aunque la actual sea otra. Nostalgia de otro tiempo, y de otro espacio, de aquella ciudad poco o mal pavimentada (esa es al menos mi impresión). Entonces, el barrio chino, donde hoy se asienta el Palacio de Congresos y Exposiciones, era un chavolerío, y toda la parte donde se ubican algunas facultades, como Físicas y Químicas, estaba dejada de la mano de dios (suponiendo que este existiera, que es mucho decir).
En aquella época, la ciudad charra tenía todo el aspecto de un gran poblachón, salvando, eso sí, su monumentalidad, que lucía y sigue luciendo estupenda en sus catedrales, iglesias y demás casas, a saber, la Casa de las Conchas (donde está la oficina de turismo y una espléndida biblioteca), la de las muertes (que parece siempre cerrada), la de Unamuno (colindante con la casa de las muertes), la modernista Casa Lis (que alberga un museo de art-nouveau y art déco), la de la Santa Teresa, la llamada Casa de las Viejas (actualmente sede de la Filmoteca de Castilla y León), entre otras muchas.
Ahora la ciudad está llena de monumentos y estatuas dedicadas a literatos y figuras ilustres como Góngora, Torres Villarroel, San Juan de la Cruz, Martín Gaite, además de las clásicas del Lazarillo y el ciego, Unamuno, Fray Luis, La Celestina, entre otras muchas.
Me encanta pasear por esta ciudad, construida a escala humana, y sentir su belleza contenida y reflejada en su río, el Tormes, que fluye literario por mis venas, inundándome de satisfacción. Me sigue admirando su vida estudiantil, tal vez porque uno nunca ha abandonado su monacato de eterno estudiante. Me siguen encantado sus bares, como el Camelot, donde recientemente tuve la ocasión de ver/escuchar un concierto.
Salamanca es esa ciudad a la que uno siempre vuelve, quizá porque me dejó marcado, pero en la que uno sólo está de paso. Me da la impresión de que es un sitio hecho por y para estudiantes y profesores/as. ¿Qué sería de esta ciudad castellana si no tuviera una universidad tan prestigiosa, así como tan afamados centros de español para extranjeros? Véase, por ejemplo, el Don Quijote, en la histórica calle de Placentinos.
La Plaza Mayor, en cuyos soportales se halla en mítico café Novelty, estatua de Torrente Ballester incluida, nos obsequió (nunca mejor dicho) este septiembre veraniego los conciertos de Luar na Lubre (Resplandor en el bosque sagrado), Malech Mechaya y Los vecinos del callejón. No conocía la música klezmer de los Mechaya y tampoco a Los vecinos del Callejón, que hacen una fusión de estilos, con un directo animado. Pero confieso que quien me entusiasmó, una vez más, fue la banda galega Luar na Lubre, que presentaba su disco Mar maior, y a quien viera por primera vez en concierto en la coruñesa playa de Santa Cristina como teloneros de Mike Oldfield. Año de 1999. Allí estuvimos algunos nocedenses, como Joe, Travi y Xava, conducidos por la "Triquineta" desde el útero gistredense hasta A Coruña. Cuántos y qué maravillosos recuerdos.
De repente, me doy cuenta de que, hablando de Salamanca, salen inevitablemente a relucir otras ciudades como Oviedo o Coruña, por las que también siento un cariño especial.
Hasta la próxima parada.
Manuel Cuenya