Bierzo aromático
Bierzo aromático
Cada país, cada ciudad, cada rincón, cada casa, y por supuesto cada persona suelen tener un olor característico, por el que se le diferencia y se le reconoce, y El Bierzo, que es una comarca singular dentro de la provincia leonesa, cuenta con su propio aroma, como quedó presente y patente en una de las más importantes ferias internacionales de turismo, donde el Consejo Comarcal del Bierzo hizo promoción del “perfume berciano”, lo que resulta algo verdaderamente evocador y coloca a nuestra comarca en una posición privilegiada en el apasionante mundo de las fragancias, la esencia del Noroeste, como ya se ha dicho de un modo harto lírico, eslogan inspirado al parecer en Viaje a una provincia interior, del escritor con raíces bercianas, Guerra Garrido, que por lo demás hace patria, o mejor dicho matria, como a buen seguro diría la poeta Marifé Santiago. O como bien podría cantarnos Caetano Veloso. A uno, dicha sea la verdad, también le gusta ver, sentir el Bierzo como una matria, espacio de ensoñación, al que volvemos, cual si regresáramos al útero o bien a la caverna, como me recordó en una ocasión el maestro Gustavo Bueno. El Bierzo es ese lugar, tal vez idealizado en la distancia, al que uno retorna en busca de lo primigenio y esa esencia que impregnó para siempre nuestro espíritu. No es mala idea vender la fragancia berciana para que el personal de dentro y fuera se embriague con sus efluvios, y se enamore como loco de esta región que huele a color verde y a tierra medular con sabor a rojo, como rojos son sus pimientos asados y sus botillos ahumados con leña de roble y de encina, genuinas señas de identidad gastronómica. No en vano, el Festival Nacional del Botillo, que tiene lugar en la capital del Bierzo Alto, atrae a gentes de muy diferentes lugares. La verdad es que uno tiende a enamorarse de algo o de alguien por su aroma, digamos natural, aunque en ocasiones un perfume elaborado y sugerente puede encender e incendiar nuestra libido y trastocarnos el alma, y es entonces cuando comenzamos a entender que el amor sea nomás una cuestión de feromonas, un asunto neuroquímico, lo que nos devuelve a nuestra condición de animalitos. Que uno se enamora de un olor es algo cierto, aunque intervengan otros factores, que tampoco vamos a negarlos. A veces basta con un olor para que construyamos todo un mundo, y al decir esto me viene a la memoria el diabólico personaje de la novela de Süskind, El perfume, que acaba asesinando a varias jovencitas vírgenes en busca de sus fluidos corporales, el potingue mágico, que le permita obtener el perfume definitivo, con el fin de subyugar a la humanidad. Curiosamente, Grenouille, el protagonista de esta historia, aunque posee un olfato extraordinario, es feúcho y defectuoso, no tiene olor, lo que lo convierte en un ser siniestro, anormal, no querido por nadie. De ahí su interés en atraer la atención de los demás. En el fondo, todos necesitamos sentirnos queridos, porque el Eros, dislocado entre el dinero y el Tánatos, sigue moviendo el mundo, al menos por ahora. De lo contrario, ya hubiéramos acabado con la especie humana y con la Tierra. Y el Bierzo, esencia del Noroeste, también aspira a ser amado por sus bellos bálsamos, los que nos siguen arrullando en los bosques encantados de nuestros sueños, como el hayedo de Busmayor, el mirador de Corullón o la Sierra de Gistredo, donde aún canta por fortuna el urogallo y campa el oso pardo en las brañas de Pardamaza y Primout. Sin embargo, no debemos dejarnos engatusar por las sanas y perfumadas apariencias, tras las que se esconden fumarolas térmicas y óxidos de zinc contaminantes, que nos atufan el aire y castigan nuestros árboles frutales, nuestra naturaleza esplendorosa, y esos hedores provenientes de la incineración de neumáticos, harinas y grasas animales, que acabarán intoxicándonos, lo que atenta contra ese Bierzo idílico, que queremos y debemos enseñar a los visitantes para enamorarlos de verdad. Bierzo aromático, Bierzo que enamora.
Manuel Cuenya