Del chantaje a la tregua y al pánico
La histórica manifestación que tuvo lugar el 8 de octubre en Barcelona, respaldada por todas las asociaciones que han organizado las celebraciones de la Fiesta Nacional del 12 de octubre en Barcelona desde 2012, permitió constatar que la mayoría de los catalanes, respetuosos y callados hasta ahora, están dispuestos a defender la Constitución y el Estatut de Cataluña. Centenares de miles salieron a la calle, convocados en pocas horas, para reclamar “Democracia, Democracia, Democracia”, como rezaba una de las pancartas, y agradecer la sacrificada labor de la Guardia Civil y la Policía Nacional que la están defendiendo en circunstancias dificilísimas, mientras los mandos de los Mozos de Escuadra respaldan el golpe de estado que se inició el 6 de septiembre en el Parlament de Cataluña. La prepotente televisión del régimen (TV3), en un gesto que la acerca todavía más a las de Honecker y Ceacescu, afirmó que la manifestación había sido convocada por organizaciones de ultraderecha y Falange. ¡Qué más quisieran! No, señores, no: esto va de libertad y democracia, amordazadas y secuestradas por el régimen nacional-secesionista, cuya falta de respeto al pluralismo político lo acerca más, cada día que pasa, a los opresivos regímenes totalitarios.
Del chantaje a la tregua
La noche del 1-O, Puigdemont compareció ante los medios con su gobierno en pleno para anunciar que ‘millones de catalanes’ habían votado –nadie sabe cuántos, dónde ni cuántas veces– y el ‘pueblo’ de Cataluña se había ganado el derecho a tener un estado propio en forma de república. ¿Será cierto que la finalidad última de todas las decisiones irresponsables que han ido adoptando Mas y Puigedemont en los últimos años era forzar al Gobierno de España a aceptar una mediación internacional? ¿En serio pensaban que la violencia desplegada por los comités de defensa del referéndum (CDR) –organizados por ERC-ANC, CDC-Omnium y CUP– el 1-O iba a inclinar a su favor la balanza? Da miedo pensar que desconocen hasta ese punto la fortaleza del Estado de Derecho y cómo funcionan la UE, en particular, y la comunidad internacional, en general.
El 6 de octubre, Mas sorprendía, tal vez más a propios que a extraños, con unas declaraciones en las que reconocía que Cataluña no está preparada para la “independencia real”. ¿Para la virtual, entonces, Sr. Mas? ¿Acaso los análisis del Consell Assesor per la Transició Nacional que aseguraban que todo estaba a punto para convertir Cataluña en la Holanda del Sur o Dinamarca eran sólo una broma pesada? ¿No han completado ya con la Agencia Tributaria y la Agencia de Protección Social la arquitectura de la república? ¿A qué esperan para repartir los 44 millones del dividendo fiscal que el AVE se lleva a Madrid cada día? Seguro que a más de un catalán que escuchó a Mas afirmar que los bancos no sólo no se marcharían sino que se darían codazos por venir a Cataluña, se le habrá quedado cara de bobo estos días al ver como Sabadell y Caixabank hacían las maletas. Mas y Puigdemont han vuelto a engañar miserablemente a los ingenuos ciudadanos que votaron el 9-N y acudieron de nuevo a votar el 1-O.
Vila, consejero de Empresa y corresponsable de todas las iniciativas del gobierno de Puigdemont, ha pedido una tregua para dar una última oportunidad al diálogo antes de declarar unilateralmente la independencia. Algunos quizá habrán visto en este gesto un atisbo de recuperación del sentido común por parte de un miembro del gobierno de la Generalitat. Craso error porque, quienes han provocado esta confrontación que se ha llevado por delante la convivencia y amenaza la recuperación económica, sólo pretenden ganar tiempo para seguir controlando la caja de la Generalitat y volver a las andadas en cuanto se presente una coyuntura favorable. Estamos ante una pandilla de agitadores irresponsables que llevan demasiados años jugando con los sentimientos de los ciudadanos y tensando la vida pública hasta límites insoportables e inadmisibles en democracia. Ahora que ven las orejas al lobo, sacan bandera blanca. Demasiado tarde, apechuguen con las consecuencias.
Sálvese quien pueda
La desbandada de entidades financieras, empresas no financieras y salida de capitales que está produciéndose en Cataluña durante los últimos días demuestra que las alertas que lanzábamos algunos economistas desde hace bastantes años no pretendían asustar a los catalanes –agitadores del miedo era la expresión con la que nos descalificaban nuestros colegas partidarios de la independencia–, sino advertirles que la secesión era un pésimo negocio. Cataluña ha tenido su principal mercado en el resto de España durante casi tres siglos y la diversificación del comercio que se ha producido, tras la adhesión de España a la CEE en 1986 y la puesta en marcha del Mercado Único en 1992, si bien la han mitigado, no ha alterado sustancialmente la situación. El resto de España sigue siendo a gran distancia el principal destino de las exportaciones de bienes y servicios producidos en Cataluña y el saldo acumulado de la balanza de bienes y servicios con España ascendió, según el Instituto de Estadística de Cataluña, a 251.969 millones de euros en el período 2000-2016.
Pocas cosas retraen más a inversores y empresarios que la inestabilidad política, la inseguridad jurídica y la perspectiva de una salida de la UE y el gobierno de Puigdemont ha preparado un cóctel explosivo agitando bien las tres. De nada va a servir, Sr. Vila, añadir un poco de hielo a la mezcla: sólo Puigdemont, la CUP y en menor medida ERC parecen dispuestos a beberse la pócima. Quienes no están por la labor son los financieros, los empresarios y los ciudadanos de a pie que han puesto pies en polvorosa, incluso antes de que Puigdemont se encierre en el Parlament para proclamar no se sabe muy bien qué: la independencia, la independencia diferida o la postindependencia. De lo que sí podemos estar seguros es que Cataluña es ya hoy una Comunidad más cerrada y más pobre que hace unos días y que la situación puede agravarse con consecuencias quizá irreversibles en las próximas semanas.
Hace falta ser bastante iluso para llegar a creerse que el Gobierno de España iba a permitirles quedarse con un trozo de su territorio y mantener secuestrados a varios millones de españoles. Hace unos días Cuixart, presidente de Omnium Cultural, crecido tras su estelar actuación el 21 de septiembre ante la Consejería de Economía, explicaba que Cataluña, como cualquier hijo crecido quiere independizarse, un manido argumento que como el del divorcio civilizado expuso reiteradamente Mas cuando inició su deriva independentista en 2012. La comparación no puede ser más desafortunada porque nadie impide a Cuixart abandonar España: le sugiero que traslade Omnium Cultural a una isla desierta para vivir una catalanidad plena. Puede usted abandonar el hogar familiar (España) cuando desee pero no olvide al salir dejar la llave sobre el mueble de la entrada. La directiva del Barça que se ha posicionado también en numerosas ocasiones a favor de la independencia lo tiene incluso más fácil, puesto que sus clubes no están obligados a participar en las ligas españolas. Dejen ya de dar la tabarra.
Pero volviendo al asunto principal: los independentistas deberían saber que ningún Gobierno responsable, ni hoy ni mañana ni pasado mañana, va a permitir al gobierno de la Generalitat saltarse la Constitución y apropiarse de una parte del territorio de todos los españoles. Así que no insistan y dejen de dañar la convivencia y perjudicar los bolsillos de todos.
Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico
Universidad Autónoma de Barcelona