El Lector-Mariposa
19 de septiembre de 2013 (18:22 h.)
El Lector-Mariposa
El Lector-Mariposa
“On n’arrête pas le progrès”, se suele repetir tradicional y machaconamente en Francia, para indicar que el progreso es inevitable y, además, algo positivo, bueno y beneficioso para los ciudadanos. A lo largo de la historia, el progreso ha sido constante en todos los campos; y, por otro lado, en el siglo XX, se ha producido a un ritmo muy rápido. Ahora bien, ¿el progreso es realmente y siempre progreso o es, más bien, un retroceso o una regresión en algunos o en muchos campos? Esta pregunta debemos plantearla a propósito de la práctica de la lectura, gracias a las modernas tecnologías de la información y la comunicación (las TIC) que, por sí solas, “no son ninguna panacea ni fórmula mágica”, según Kofi Annan. Así, ¿las TIC facilitan y potencian la lectura o convierten a los lectores en “lectores mariposa”, es decir en “analfabetos funcionales” o “neo-analfabetos”?
La lectura, junto a la escritura, es uno de los aprendizajes fundamentales, que transforma a los seres humanos de “analfabetos” en “alfabetos”. En efecto, para el poeta Pedro Salinas*, el “analfabetismo” (el no saber leer ni escribir) es el estado natural del ser humano. Gracias a la escuela, este analfabetismo congénito se transforma en “alfabetismo” (capacidad de saber leer y escribir). Sin embargo, este “alfabeto”, liberado del analfabetismo, puede leer o no leer. De ahí que Pedro Salinas distinga entre el “alfabeto-lector” y el “alfabeto-no lector” o “neo-analfabeto”. Éste tiene la capacidad de leer. Pero, o no practica la lectura y, por lo tanto, no lee nunca (es el caso de la mitad de los españoles, que nunca ha leído un libro, según la Federación de Gremios de Editores de España, a los que Pedro Salinas denomina “neo-analfabetos totales”); o lee muy poco y/o sólo lecturas profesionales y especializadas (“neo-analfabetos parciales”). En ambos casos, se produce una regresión, que devuelve al “alfabeto” a su “analfabetismo prístino”. Y por eso, se podría hablar de “analfabetos de ida y vuelta”: aquellos que vuelven “a vivir en los cómodos corrales de la inconsciencia, con todos los adelantos materiales modernos, condenados a perpetuidad a la segunda y definitiva ignorancia, atiborrados de cebo sintético, última maravilla del progreso” (Pedro Salinas).
Llegados a este punto, debemos plantearnos, siguiendo los pasos de André Gide, tres preguntas en relación con el “alfabeto-lector” (aquel que sabe leer y lee), que él formuló así: “Ante ciertas personas, uno se pregunta: ¿qué leerán, cuánto leerán y cómo leerán?”. Como precisa Pedro Salinas, no basta con ser un “simple lector”, sino que hay que convertirse en un “buen lector”. Y además, como aconseja Mario Vargas Llosa**, hay que hacer “buenas lecturas”, que éste identifica, en gran medida, con la literatura. Para el escritor peruano, un mundo sin literatura, sin buenas lecturas, sería “una civilización ágrafa, de léxico liliputiense, en la que prevalecerían, sobre las palabras, los gruñidos y la gesticulación simiesca” ; sería un mundo “incivil, bárbaro, huérfano de sensibilidad, torpe de habla, ignorante y ventral, negado para la pasión y el erotismo” ; sería “un mundo cibernético , incivilizado, aletargado, sin espíritu, robotizado, que ha abdicado de la libertad”. Hoy nos centraremos en cómo leemos, dejando para otra ocasión qué leemos, cuánto leemos y con qué provecho leemos.
En la lectura tradicional y ortodoxa, el soporte de la misma era y continúa siendo el papel. Esta lectura exige un tiempo, que los lectores siempre están dispuestos a invertir en esa comunicación en diferido que es la lectura. Por otro lado, los lectores, que aún no han caído en las redes de las tentadoras ofertas de ocio actuales, fundamentalmente audio-visuales, se zambullen con placer en esos mares lingüísticos que son los textos impresos en papel, para bucear en él y para dejarse abrazar y acariciar por el verbo creador. Ahora bien, esta modalidad de lectura, reposada y sosegada, parece que está pasando a mejor vida ente el empuje y la democratización de las nuevas tecnologías.
Hoy se está imponiendo, como profetizó Bill Gate, hace algunos años, la lectura en soporte virtual o electrónico. Y esto ha hecho nacer una nueva modalidad de lectura que, como hemos anunciado ci-dessus, está transformando a los alfabetos-lectores en analfabetos funcionales o neo-analfabetos. En efecto, con los medios técnicos modernos (las TIC), el usuario de la lectura tradicional (lineal, sosegada e in extenso) está dando paso a un nuevo lector, el “lector-mariposa”, que se comporta como el caballo en el juego del ajedrez: salta de link en link, abandonando sucesivamente los textos que ha empezado a leer y practicando reiteradamente el “coitus interruptus linguisticus”, que no es nada bueno para la salud lectora. El “lector-mariposa”, como dice el estribillo de una conocida copla, es como “la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se la queda”. El “lector-mariposa” inicia la lectura de un texto y, ante el guiño provocador y tentador de un link, abandona su lectura para iniciar la lectura de otro texto, sin haber consumado la lectura del primero; y así, el lector-mariposa pasa de link a link y en ninguno echa el ancla para sumergirse en ese mar de palabras que es un texto y, así, recibir el abrazo, la caricia y el calor del verbo.
Ante este comportamiento del “lector-mariposa”, hay que formular una advertencia: esta modalidad de lectura no perjudica seriamente la ignorancia, sino que, más bien, la fortifica y la acrecienta. Por eso, como dejó escrito J. L. Borges, aunque no hay una sola manera de leer bien, sí hay una razón fundamental para que leamos: transformar la información ilimitada, que nos proporcionan las lecturas, en conocimiento y en sabiduría. Y esta metamorfosis me parece empresa difícil si sólo somos “lectores-mariposa”. Éstos son un efecto colateral y no deseado del progreso de las TIC. Ahora bien, éstas y la lectura del “lector-mariposa” no parecen contribuir a alfabetizar ni a enriquecer al ser humano, sino que, más bien, lo desorientan y hacen que pierda el oremus.
(*) Pedro Salinas (1983), “Defensa, implícita, de los nuevos analfabetos”, in El defensor, Alianza Editorial, Madrid, pp. 255-273.
(**) Mario Vargas Llosa (2002), “La literatura y la vida”, in La verdad de las mentiras, Alfaguara, Madrid, pp. 383-402.