LAS MAESTRAS CIRUELA
En las tertulias radiofónicas y televisivas, así como en las columnas de opinión, es habitual y frecuente que los “todólogos” —esos osados personajes, que sientan cátedra sobre lo divino y lo humano, sin tener ni idea, la mayor parte de las veces, de lo que hablan o escriben— afirmen reiteradamente que los jóvenes españoles de hoy son los mejor y los más formados de la historia de España: poseen licenciatura(s), máster(s), idiomas y son unos virtuosos en tecnología de la información y de la comunicación (TIC). Esta aseveración creo que sólo es pertinente y ajustada en el caso de una minoría de ellos, formada en los distintos campos del saber, pero no me parece oportuno ni razonable que se pueda predicar del conjunto de la juventud española.
Para justificar la reserva precedente, basta con algunos datos, que ya expuse en otro lugar, sobre la mal llamada “Generación JASP” (“jóvenes aunque sobradamente preparados”). Estos datos permiten poner los puntos sobre las íes de la tan cacareada formación de los jóvenes españoles de hoy. Por un lado, el 26% de los jóvenes no terminan la enseñanza secundaria obligatoria (ESO). Además, el 28,4% de los que terminan la ESO abandonan definitivamente el sistema educativo a los 16 años, sin ninguna formación profesional. Por otro lado, el 36% de los alumnos de la ESO son repetidores. Y, finalmente, reciben muchas menos horas de matemáticas y de lengua, dos aprendizajes fundamentales, que los alumnos de los otros países de la UE. Por lo tanto, sólo el 35,7% de los jóvenes de 16 años continúa los estudios: una minoría se decanta por la FP de Grado Medio; y la gran mayoría por el Bachillerato, que conduce a la Universidad. Por eso, con estas alforjas, casi vacías, la mayor parte de la juventud española no puede ir muy lejos en el mundo universitario y laboral.
Ahora bien, la enseñanza universitaria tampoco es para tirar cohetes: ninguna universidad española está entre las 150 mejores del mundo; el 30% de los alumnos abandonan sus estudios universitarios; en primer año de universidad, son muy numerosos los alumnos que no se presentan a los exámenes o que suspenden muchas asignaturas o que cambian de estudios; y sólo el 33% obtiene el título universitario sin repetir curso. Lo dicho: no es para tirar cohetes.
Hoy, quiero aportar nuevos argumentos para poner en entredicho, de nuevo, esa afirmación gratuita de que la juventud española actual es la mejor y la más formada. Para ello, voy a relatar tres vivencias personales de las últimas semanas, vivencias que ponen en tela de juicio la formación con la que licenciados concretos, de distintos campos del saber, salen de las universidades españolas. Me voy a referir a una licenciada en derecho, a una licenciada en periodismo y a unas licenciadas en filología inglesa.
Primera vivencia. Hace unos dos meses, recibí un correo electrónico del bufete de abogados Bejarano i Cámara associats, rubricado por la letrada, licenciada en derecho, Elisabeth García Bejarano. En nombre de su cliente, me conminaba a que eliminara de mi blog, Honestidad Radical, un artículo en el que denunciaba el engaño y la estafa, de los que fue víctima mi amiga Pilar por parte de Catalunya Caixa. El precitado correo, desde el punto de vista del contenido y de la forma, no había por donde cogerlo. Ni un alumno de esos que abandonan la enseñanza sin terminar la ESO lo hubiera redactado peor. En efecto, la misiva electrónica, de unas 100 palabras, contenía 22 incorrecciones, que denotaban falta de profesionalidad y verdaderas lagunas o más bien océanos en la competencia lingüística de mi interlocutora. Por eso, en mi acerada respuesta, me vi obligado a despojarla de los galones de “letrada” y a tildarla, sin ningún género de dudas y sin ningún titubeo, de picapleitos y de leguleya “iletrada”.
Segunda vivencia. En el Vallès Occidental, comarca de la provincia de Barcelona, se distribuye mensualmente una revista gratuita, “Guía-te”, dirigida por la Licenciada en Ciencias de la Comunicación, Laura Serrano. Suelo echarle un vistazo rápido y siempre me ha llamado la atención el poco cuidado con que son redactados los pocos textos que contiene. El mes pasado, bolígrafo en ristre, leí el editorial del número de enero, redactado como siempre por la directora Laura Serrano. Y, como de costumbre, el editorial estaba plagado de incorrecciones. A ojo de buen cubero, localicé y corregí 39 (el texto tenía unas 300 palabras). Pero, ¡cuidado!, como en el caso de la precitada leguleya iletratada, no se trataba de “correcciones de estilo” sino de “faltas” y de “errores”, que violan todo tipo de reglas del código lingüístico del español, relativas al léxico, a la morfología, a la sintaxis y a la ortografía.
Tercera vivencia. El año pasado, en la Avenida Guiera, 14 (Cerdanyola del Vallès), empezó su andadura la academia Meeting Point School of Languages. Se trata de una pequeña academia con tres aulas: una, para el inglés; otra, para el francés; y la última, para el alemán. Cada aula tiene una decoración y una ambientación particular, que recuerda al país donde se habla cada una de las lenguas. Por lo que respecta a la lengua francesa, la decoración-ambientación se reduce a la bandera francesa y a la palabra “francés”, pegadas en la puerta del aula; y, por otro lado, a un afiche sobre un cristal-ventana, que se ve desde la calle y sobre el que aparecen escritas 12 palabras francesas, que denotan distintos aspectos de la cultura francesa. Hace unos días, al pasar por la acera atrajo mi atención el hecho de que la mayor parte de las palabras (9 de las 12) estuvieran mal transcritas: *Si vous plais por “s’il vous plaît”; *fountaine por “fontaine”; *fondie por “fondue”; *Torre Eiffel “Tour Eiffel”; *Louvre por “Le Louvre”; *bonne heure por “bonheur”; *Versalles por “Versailles”; *Le Champs Ellissess por “Les Champs Élysées”; et *Notre Dame por “Notre-Dame”. Esto son hechos que pueden ser verificados; basta con visitar el lugar del crimen lingüístico.
Por sus actos lingüísticos, los actores de las vivencias narradas son ejemplos paradigmáticos del Maestro Ciruela aquel personaje que, según el clásico aforismo castellano, no sabía ni leer ni escribir y puso escuela; dicho con otras palabras, que presumía de lo que carecía y que pretendía ser sabio y dar lecciones, cuando en realidad carecía de los conocimientos necesarios. Así, la iletrada “letrada”, Elisabeth Gª Bejarano, puso bufete (Bejarano i Cámara associats); la analfabeta periodista, Laura Serrano, puso revista gratuita (Guía-te); y las ágrafas licenciadas anglo-francófonas —Cristina Cano, Andrea Gutiérrez y Noelia Bastidas— pusieron una “School of Languages (Meeting Point). ¡Qué lejos están todas estas Licenciadas Ciruela del sabio (que conoce pocas cosas pero las domina) y que cerca están del sabihondo (el que aparenta saber mucho, pero que no sabe y lo poco que sabe lo sabe sin fundamento).
Ante los ejemplos empíricos citados, hay que reconocer que, como le dijo el centinela Marcelo al príncipe Hamlet, “algo huele mal en Dinamarca” (i.e. en la universidad española). Es incontestable que, cuantitativamente, se ha incrementado el número de estudiantes universitarios, facilitado por las PAU (pruebas de selectividad y de acceso a la universidad), que no seleccionan, al permitir el paso a la universidad a casi la totalidad de los candidatos (98%), provocando la masificación de la misma. Ahora bien, los casos descritos y verificables son contundentes: la formación de muchos o de la mayoría de los licenciados del pasado y, sobre todo, de los graduados actuales deja mucho que desear. Y, por lo tanto, habría que ser más precavidos y abstenerse de afirmar, sin ningún fundamento, que los jóvenes españoles de hoy son los más y mejor formados de la historia de España. ¡Así nos luce el pelo! Espero que, con esta reflexión, no se verifique lo que afirma la segunda parte del siguiente aforismo chino: “Corrige al sabio y lo harás más sabio. Corrige al necio y lo harás tu enemigo”.
Coda: «Je ne demande pas à être approuvé, mais à être examiné et, si l’on me condamne, qu’on m’éclaire » (Ch. Nodier).
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