Los del teso el Argatón Acabo de recibir y tengo ante mí el...
Los del teso el Argatón
Manuel I. Cabezas González
Acabo de recibir y tengo ante mí el nº 23 de El Buscador, abierto por la página 10, en el que he debutado como colaborador habitual, estrenando una nueva sección, bautizada con el nombre “uno de Almagarinos”. Leer el nombre de Almagarinos ha provocado en mí el mismo efecto que la “magdalena de Proust”. El nombre de mi pueblo, Almagarinos, me ha transportado al pasado, a cuando era niño. Y este viaje al pasado me ha hecho rememorar personas, vivencias, recuerdos, visiones, sabores, olores, etc. que tenía adormilados en el desván de mi memoria. Por eso, en ésta, mi segunda colaboración, quiero referirme a la época de mi niñez y a todos aquellos que pasaron a mejor vida y que ya reposan, para siempre, en el “teso el Argatón” (lugar habilitado, en mi niñez, para el nuevo camposanto).
Almagarinos es un pueblo del Bierzo Alto. Está colgado, como un nido de águila, en el escarpado acantilado de las Peñas de Aceite, en el margen izquierdo del río Tremor. Por su ubicación, puede ser considerado el vigía y la capital del río Tremor. Siendo niño, la salida hacia la civilización se hacía por la pista de tierra de las Bárcenas, que conducía a Brañuelas, donde se cogía el tren. Más tarde, a finales de los 60, con la construcción de la carretera a lo largo del río Tremor y con la democratización del coche, la salida natural se hizo por Torre del Bierzo o, ahora, por Folgoso de la Rivera.
Entonces, Almagarinos era un hormiguero de gentes, autóctonas o de otras regiones de España, atraídas por las minas de carbón, su principal riqueza. Había una economía de subsistencia y sin grandes lujos, basada en el trabajo en las minas de carbón, para los hombres; y en la agricultura minifundista y en la ganadería familiar, que dependían de las mujeres y, en parte también, de los hombres, cuando volvían a casa, después de las duras jornadas laborales en la mina.
Esta economía se fundamentaba en la solidaridad, en la ayuda mutua y en la colaboración recíproca, que dieron lugar a iniciativas y a soluciones operativas y funcionales. Por un lado, la de la “vecera”, que permitía gestionar el cuidado comunitario de los pequeños rebaños familiares de cabras y castrones o de la majada de las vacas, en verano. Según el número de cabezas de ganado, cada familia debía guardar el rebaño comunitario una, dos o tres “veces” al mes; de ahí, el nombre de “vecera”. Además, hay que mencionar también ciertas labores de labranza, como la siega de la hierba y la del pan (centeno), que se regían por el grito de guerra del famoso mosquetero d’Artagnan: “uno para todos, todos para uno”. Por otro lado, se deben citar las majas, que se iniciaban cuando todas las familias habían acarreado las gavillas de centeno y las habían amontonado en las eras comunales formando medas; pero siempre bajo la batuta del aforismo popular que reza así: “hoy por mí, mañana por ti” o viceversa. Hay que referirse igualmente al rito anual de las matanzas (el “samartino”), que tenían lugar a lo largo de varias semanas y que eran la ocasión para la confraternización y la ayuda mutua entre familiares y vecinos; en este rito, oficiaba de matarife, siempre muy certeramente, Simeón. Se podrían citar otras muchas actividades, en las que la solidaridad y la colaboración eran los mimbres con los que se tejía la vida cotidiana en Almagarinos.
En esta vida comunal de sinergia, jugaba un papel central el tañido de las campanas de la Iglesia. Eran como un reloj social multiusos. Lo mismo anunciaba la salida del ganado: “para arriba” –hacia la montaña– o “para abajo” –hacía el valle–, según el tipo de tañido; o tocaba a rebato en caso de incendio; o anunciaba la muerte de algún vecino; o convocaba a los fieles a la casa del Señor; o llamaba a los vecinos a concejo; o simplemente permitía a ciertos virtuosos (Bujaldón o Secundino) ofrecer un concierto profano; o… El repique de las campañas era un lenguaje polisémico, pero al mismo tiempo cooperador y legible, que ritmaba y lubrificaba la vida de Almagarinos.
Ahora bien, en aquellos años (finales de los 50 y los 60), lo fundamental de Almagarinos eran sus gentes que desgraciadamente, en su mayor parte, descansan ya en el teso El Argatón. Las recuerdo como personas trabajadoras, hacendosas, sacrificadas, siempre “fozando” como “cavadorines”, como decía mi madre. Además, estaban muy preocupados y ocupados por la educación de los hijos. Por eso, los que tenían familiares o conocidos en la ciudad (León, La Coruña, Ponferrada, Astorga) enviaron a sus hijos a estudiar a colegios o institutos de estos lugares. Y aquellos sin contactos en las poblaciones precitadas los enviaron, como se decía entonces, a “estudiar a los frailes”, donde pudieron hacer el bachillerato, antes de comenzar, en muchos casos, a profesar esa particular regla de San Benito de “estudiar y trabajar” al mismo tiempo. Por eso, no es extraño que entre los hijos de los del teso El Argatón, en comparación con los de otros pueblos del valle del río Tremor, abunden los que tienen estudios superiores: un médico, varios ATS, varios maestros y profesores de enseñanzas medias, varios profesores de universidad, varios ingenieros, varios licenciados en derecho, una física, una periodista, etc. ¡Qué lejos llegaron muchos de sus retoños con tan livianas y raquíticas alforjas!
La vida del Almagarinos pretérito ha desaparecido; la solidaridad, la ayuda mutua y la colaboración recíproca han pasado también a mejor vida. Los hijos de los del teso El Argatón hace tiempo que emigraron hacia otras latitudes próximas (León, Bembibre, Ponferrada, etc.) o más lejanas (otras regiones de España: Bilbao, Madrid y Barcelona, principalmente). Ahora bien, estos hijos pródigos (unos cientos de personas, si contamos sus propios retoños y los brotes verdes de estos últimos) suelen volver, aunque cada vez durante menos tiempo, en las vacaciones estivales de julio y agosto. Hoy, sólo disfrutan de Almagarinos unos 30 vecinos, la mayor parte de ellos jubilados y achacosos.
A pesar de esto, para algunos, Almagarinos y los del teso El Argatón siempre estarán presentes en nuestro corazón. En efecto, éstos han sido y son todavía un ejemplo vivo para todos nosotros. Y de ellos se puede afirmar que han vivido intensamente, dando así la razón a Julio Llamazares que, en frase lapidaria, afirmó: “La pregunta no es si hay vida después de la muerte; la pregunta es si ha habido vida antes de la muerte”. Mientras recordemos a los del teso El Argatón, siempre estarán vivos ya que, como escribió alguien, “la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”.