No han progresado adecuadamente

Vuelvo a retomar el tema de la enseñanza universitaria. Y lo hago aguijoneado por el hecho de que la mayoría de los candidatos a profesores de los niveles educativos no universitarios, que han participado en las oposiciones celebradas a finales de junio y a lo largo de julio de 2018, no hayan progresado adecuadamente. Y, por eso, merecieron una escabechina histórica y nunca vista.

La actividad docente es tan importante y tiene tantas repercusiones en la vida personal de los ciudadanos y en la vida social, cultural, laboral, política y económica de un país, que no se puede no ser “ultraexigente” en la selección del profesorado"En las fechas precitadas, tuvieron lugar las oposiciones de acceso a la función pública en el sector educativo. Se ofertaron unas 25.000 plazas para satisfacer las necesidades en las distintas especialidades de los niveles educativos no universitarios. Se presentaron más de 300.000 candidatos. Por lo tanto, se disputaba una plaza, más o menos, por cada 12 candidatos. Con estos concursos-oposición y con los que tendrán lugar en los próximos dos años, se pretende reducir el porcentaje de profesores interinos (26%) en un 90% y poder situarlo, en 2020, en el 8%. La gran sorpresa de estas oposiciones fue el número de candidatos suspendidos en la primera prueba, que era eliminatoria, y las notas obtenidas. En muchos tribunales de la mayor parte de las CC. AA., los aprobados no alcanzaron el 15% (más o menos 45.000 opositores), lo que indica que el 85% (unos 255.000) suspendieron la primera prueba eliminatoria, a pesar de que entre ellos había muchos con una dilatada experiencia docente (interinos) y no era la primera vez que se presentaban a las oposiciones. Por otro lado, en algunas especialidades, el número de aprobados fue inferior al número de plazas ofertadas, por lo que unas 2.000 plazas quedaron vacantes. Finalmente, entre los suspendidos, las notas más frecuentes oscilaron entre el “cero” y el “uno”. Son resultados bochornosos, como los calificó uno de los correctores y algunos Consejeros de Educación. Esto denota que la mayor parte de los candidatos tienen enormes lagunas en su formación y se presentaron al concurso-oposición, como muchos estudiantes universitarios, por si sonaba la flauta por casualidad.

Ante estos guarismos, que describen una triste y grave realidad, no está de más o mejor dicho estamos obligados a preguntarnos cómo y por qué se ha llegado a estos abrumadores y frustrantes resultados. Los implicados en las oposiciones (opositores, sindicatos de profesores y correctores) han dado sus explicaciones y cada uno ha hablado de la feria según le había ido en ella.

Los opositores y las organizaciones sindicales se han dedicado a echar balones fuera y a dar justificaciones de malos perdedores. Según los opositores, hacía mucho calor en las fechas de los exámenes y les faltó tiempo para hacerlos. Además, no les informaron sobre los criterios de corrección de las distintas pruebas. Por otro lado, las pruebas y los criterios de corrección fueron “ultraexigentes”. También denunciaron que los miembros de los tribunales habían recibido órdenes para suspender a muchos candidatos y así no cubrir todas plazas ofertadas. Por eso, les acusaron de falta de profesionalidad e imparcialidad.

Para los sindicatos, el número de tribunales fue insuficiente y, por eso, tuvieron que trabajar bajo presión (demasiados opositores por tribunal). En segundo lugar, faltó transparencia en todo el proceso de las oposiciones. Además, pusieron en entredicho el carácter eliminatorio de la primera prueba, de contenido eminentemente teórico y de nivel muy exigente. Y por ello, han pedido reiteradamente que se modifique el Real Decreto que regula estas oposiciones para que todos los candidatos pasen a la segunda prueba. Finalmente, pusieron el dedo en la formación inicial de los candidatos, que está orientada más al trabajo en empresas que a la actividad docente. Todo esto explica, según ellos, los resultados sangrantes de la primera prueba (85% de los candidatos eliminados para las siguientes) y el sinsentido de los suspensos, que entra en contradicción con el objetivo de las oposiciones: reducir la tasa de interinidad en la enseñanza.

Los correctores, por boca de uno de ellos, catedrático y miembro de un tribunal de física y química, se defendieron de las acusaciones de seguir órdenes para suspender y de la falta de profesionalidad e imparcialidad. Y pusieron el acento en el nivel académico de los opositores: excesivamente bajo y, a veces, bochornoso. Y, por este motivo, no otorgaron todas las plazas, a pesar de la generosidad con la que corrigieron la primera prueba eliminatoria.

Las explicaciones de candidatos y sindicatos son argumentos, como he apuntado ya, de malos perdedores, que repugnan a la lógica y al sentido común y pedagógico. En efecto, la formación inicial de todo profesor debe tener dos consistentes patas (los “savoirs” y los “savoirs-faire”), fundamentales las dos, según Giner de los Ríos, que preconizaba una simbiosis entre la teoría y la práctica. Antonio Gaudí también afirmaba lo mismo sobre la formación de un buen arquitecto, que sólo puede avanzar usando sus dos piernas: una es la “teoría” y otra es la “práctica”, ya que si las dos no se acompasan, se cojea. Por eso, no es de recibo la pretensión de sindicatos y profesores de suprimir el carácter eliminatorio de la primera prueba de la oposición o la crítica al carácter exigente de la misma. Si se satisficiese esta demanda, se correría el riesgo de tener un cuerpo docente formado, en buena parte, de rencos.

Además, la satisfacción de esta pretensión conduciría a una nueva degradación de la calidad de la actividad docente en España, puesta ya en la picota sistemáticamente por los periódicos informes PISA y de la OCDE. Por otro lado, el volumen de suspensos (85%) es un reconocimiento explícito de la deficiente e inadecuada “formación inicial”, impartida en la universidad. Y así, cuando llega el momento de la verdad (las oposiciones), está claro que no se pueden pedir peras al olmo.

En relación con esto, es también muy significativo e ilustrativo que los candidatos (licenciados o graduados) no sean autosuficientes y tengan necesidad de lazarillos (academias), que les preparen y proporcionen los temas que deben “engullir” (no hablo, cuidado, de “digerir” con provecho) para, luego, repetirlos como papagayos.

La actividad docente es tan importante y tiene tantas repercusiones en la vida personal de los ciudadanos y en la vida social, cultural, laboral, política y económica de un país, que no se puede no ser “ultraexigente” en la selección del profesorado. El futuro individual y colectivo está en juego y no se puede transigir con las exigencias. Nuestros vecinos del norte de Europa —donde se cuida la formación inicial y continua de los profesores y donde se mima tanto su prestigio social como económico— nos podrían indicar el camino a seguir. Ahora bien, para poder ser exigente con los candidatos a profesores, es necesario ser exigentes con ellos, primero, en la etapa de formación inicial en la universidad. Para ello, es necesaria, como he escrito en otro lugar, “una reforma radical de la universidad, que provoque un “efecto Shinkansen” (empezar prácticamente de cero).

Ésta es la condición sine qua non para que los candidatos a profesores progresen adecuadamente, se eviten los suspensos masivos en las oposiciones y se superen los malos resultados de los informes PISA y de la OCDE.

© Manuel I. Cabezas González

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Almagarinos (Bierzo Alto)