Mi padre era un hombre de mundo, muy viajado, y quería que yo también lo fuera. Tenía yo cinco años cuando me montó en una camioneta y me llevó con él por primera vez en mi vida. El viaje, la aventura, fue hasta Hervededo para comprar unos bocoys de buen vino.
Luego, en años siguientes, sucesivos, me sacó del Bierzo subiendo El Manzanal para comprar patatas en Magaz de la Cepeda, que eran muy buenas y de gran fama. En estos bonitos pueblos cepedanos de la meseta norte leonesa, que entonces tenían todos el triple de población que ahora, mi padre también solía comprar centeno, garbanzos, lentejas, y algo de trigo: todo para el consumo de casa, para los obreros, para la bodega. Cepedano era, y será siempre, Eugenio de Nora, y también Ricardo Magaz, y Rogelio Blanco, y quizá hasta pudiera ser que llevara sangre cepedana Santa Teresa de Jesús (Teresa Sánchez de Cepeda).
A Ponferrada me llevó mi padre cuando yo tenía once años, recuerdo que comimos en el Restaurante Azul. Años antes, ya me había llevado a Valtuille de Arriba, y de Abajo, a Cacabelos, a Toral de los Vados, a Corullón, a Pereje, a Trabadelo. A Herrerías de Valcarcel siempre iba con mi madre, y la primera vez que recuerdo estaba todo nevado, y debería tener yo menos de dos años.
En 1964 mi padre pagó un taxi y me llevó hasta Piedrafita del Cebrero para ver, en un bar, por televisión, el partido de la Selección Española de Fútbol contra la Selección de la Unión Soviética. En nuestra portería estaba Iribar, y en la de ellos Yashín, conocido como la "Araña. Negra". Ganamos 2 a 1 con el famoso gol de cabeza de Marcelino.
Al año siguiente, 1965, ya empecé a viajar todos los días con destino a Ponferrada, para estudiar; y también de fiesta a Cacabelos, a Toral y otros muchos lugares para hacer felices a las lindas y cariñosas chicas del amado Bierzo.
En 1968 y 1969, con el volkswagen escarabajo, blanco, de María Dolores Combarros, conducido por su sobrino Juan José López Combarros (que poco después sería mi cuñado) recorrimos todo el Bierzo, Valdeorras, Astorga con su Maragatería, La Bañeza, Jiménez de Jamuz y su alfarería, Castrocontrigo, y luego Corporales y otros pueblos de la Cabrera.
En esos años hicimos varias excursiones, en autocar, y muchos villafranquinos vieron por primera vez el mar. Yo, ya había estado en Lugo, en La Coruña y en León, trabajando, colaborando con Alfonso Torres Martínez, y con mi padre, para hacer "denuncias mineras".
Desde entonces, por estudios, por trabajo, o por vacaciones, siempre dando vueltas por ahí en plan nómada: he soportado nueve cambios de domicilio. Me encanta España, y sólo tengo la pena de no poder conocerla y disfrutarla todo lo que quiero. Me queda tanto por ver que aunque viviera mil años me sería imposible recorrer ni siquiera una mínima parte de toda su enorme y variada belleza (hay otros que prefieren hacer la Ruta 66 de EE.UU).
Me han ofrecido dar un largo viaje por Europa, pero lo he rechazado diciendo que soy mayor, que ya no estoy para muchos trotes (es una buena excusa). Y la verdad es que este año, si la pandemia no lo impide, disfrutaré de Zamora, Salamanca, Extremadura, Huelva.
Sin abandonar mi proverbial austeridad y moderación, me dejaré seducir por los encantos de la mejor gastronomía del mundo, para que la hostelería se recupere de tantas pérdidas. Estoy tan dispuesto a disfrutar de lo lindo (yo siempre de lo lindo, no como otros), que incluso me daré una vuelta por el pantano de Villameca y alrededores, Quintana del Castillo, y San Feliz de las Lavanderas.
Siempre viajo con los ojos abiertos, y el corazón y el cerebro prestos para ver y mirar y hablar y aprender de las personas, de las geografías, de los paisajes, de los monumentos y de las historias. Sin embargo, otras gentes, al parecer menos mortales que yo, básicamente nacionalistas-separatistas, viajan como las maletas: muy cerradas.
BOUZA POL, escritor.