Páramo, cuya sonoridad me devuelve a algún sitio legendario, es término con una gran variedad de...
Páramo del Sil, espacio poético
Páramo, cuya sonoridad me devuelve a algún sitio legendario, es término con una gran variedad de significados. Me gusta esta palabra y me entusiasma este pueblo del Alto Bierzo, en el valle del Sil, sobre todo desde que descubriera que el poeta Ángel González pasó una larga temporada de su vida –unos tres años– en esta tierra. Que el insigne poeta astur eligiera este lugar me resulta, cuando menos, sorprendente, aunque al parecer a su hermana la habían destinado, por sus ideas republicanas, a ejercer como maestra (aunque mejor sería decir “condenada a pena de destierro”), a Páramo del Sil, y él entonces andaba aquejado de tuberculosis pulmonar, “con el miedo todavía pegado a los talones”. Hablamos del año de 1943, en plena posguerra incivil.
Algún médico de la época debió recomendarle, al aún joven González, este bello pueblo del Sil para curarse de su enfermedad. Un sitio, Páramo, apropiado para espantar la tisis y aun otras dolencias, ya que se trata de un lugar tranquilo, de aguas cristalinas y clima sano aunque frío en invierno, donde se respira o debía respirar aire puro. Pues aquí que vino a parar, el que luego sería maestro -en el año de 1946, después de su restablecimiento, y al menos durante un curso-, en la aldea de Primout (perteneciente al municipio de Páramo del Sil), “donde cuenta la leyenda que nunca se viou el sol”, un pueblo perdido y casi abandonado en las estribaciones de la sierra de Gistredo, que en alguna ocasión tuve el gusto de visitar -antes de que decidieran asentarse como comuna algunos “ecoaldeistas” (algo que no prosperó)-, y al que enviaron, en los años cuarenta del pasado siglo, al gran Ángel González, quien cuenta que este espacio, impregnado de soledad, bosques de abedules y gobernado por una forma comunal conocida como Consejo abierto, en la que prevalecía una democracia directa a toque de campana, le sirvió como inspiración. La soledad –traducida en días muy cortos, noches muy largas, tiempo para meditar y observar toda una vida nueva-, como fuente de emociones intensas, en la que el excelso poeta debió beber a gusto, porque cuando se fue, lo hizo con pena, y con la idea de volver, aunque sabía que era una idea irrealizable, utópica. Abandonó Primout a primeros de mayo de 1947. Por cierto, el nombre de Primout, aparte de resonancias galas, me invita a fantasear con algún lugar de cuento de hadas y de gnomos.
Páramo del Sil, “pueblo minero, un poco ganadero y un poco agrícola”, que diría el poeta, es también uno de los puntos de partida hacia el Catoute, símbolo de la alta montaña, considerado hasta hace bien poco como el techo del Bierzo, aunque en los últimos tiempos el pico Valdeiglesias (con 2136 metros, en el municipio de Palacios del Sil), sea reconocido como el más elevado de la comarca berciana.
Para los amantes de la alta montaña conviene señalar que, en ruta hacia el pico Catoute, el excursionista se encontrará con la aldea de Salentinos, en otros tiempos casi deshabitada, y que en estos últimos años ha recuperado, por fortuna, el pulso vital. Merece una visita antes de emprender y empinar camino en busca del mirador del Bierzo: el Catoute, con sus 2117 metros, como el pico de tus sueños. Echa uno en falta, todo hay que decirlo, que el poeta Ángel González no hiciera referencia –o al menos no me consta- ni a Salentinos ni al Catoute, tal vez porque no los visitara. No debemos olvidar que llegó a Páramo del Sil para curarse de una tuberculosis pulmonar, que requería de todo el reposo del mundo.
Lo que sí recuerda, con extrañeza –asegura él-, es su estancia en Páramo del Sil, porque más que ver el mundo lo oía: “por mi ventana entraba el rumor del campo: retazos de conversaciones, las campadas de la iglesia cuyo sentido no tardé en adivinar, las esquilas de los rebaños que iban y venían del establo al monte, el fondo sonoro más adecuado para leer con pasión a Juan Ramón Jiménez. Fueron tres años excepcionales, raros”, que pasó leyendo y escribiendo, estudiando música, dibujando, a la vez que había comenzado la carrera de Derecho con desgana en la Universidad de Oviedo, su ciudad natal.
El balance final de su estancia en Páramo del Sil fue muy positivo, allí respiró el aire que le devolvió la salud y en este pueblo hizo su aprendizaje de poeta. Casi nada.
Creo que algún día, en esta localidad del Bierzo Alto, tendrían que rendirle homenaje, como se merece, a este sublime poeta.
Manuel Cuenya