Religión, guerras y división
Gonzalo García Vazquez
Cuando se publique este artículo (D.M.) estaremos en los comienzos de la NAVIDAD, por lo que, aunque estemos en el rincón financiero, queridos lectores permitidme la licencia de escribir sobre la cuestión o tema de conmemoración de estas fechas.
Por motivos profesionales he tenido que viajar al sur de España, aprovechando para visitar la Mezquita de Córdoba, que sobre los restos de una basílica visigótica, los Omeyas realizaron una extraordinaria obra civil-religiosa, la cual, posteriormente fue transformada en templo católico.
Sinceramente creo, que la imposición de todo tipo o forma de religión, aparte de las guerras, las divisiones y todo lo que conlleva; degenera en PAGANISMO.
El peligro para los seguidores de CRISTO hoy, ya no está tanto el secularismo –como ha ocurrido en los últimos 50 años-, sino en un mal llamado pluralismo. Como tal, el paganismo no es un fenómeno nuevo; basta pasear por el Foro de Roma o leer la afirmación de Pablo de Atenas –“en todo percibo que sois muy religiosos”- para comprender la tendencia del ser humano a adorar a todo tipo de divinidades desde tiempos remotos.
Lo novedoso del paganismo contemporáneo es su forma de presentación: parece bueno, incluso inspirado en raíces cristianas. Los valores que proclama son la paz, el diálogo entre los hombres y la tolerancia. ¿No son acaso estos los valores que Cristo encarnó y, por tanto, inherentes a la ética cristiana? Esta apariencia cristiana y sus énfasis en un mundo mejor, sin violencia ni discriminación, lo convierten en una espiritualidad tan atractiva que se está introduciendo en las convicciones de los cristianos, como “una forma moderna de ser cristiano”.
¿Dónde está, entonces el problema? En esencia, es uno: se pretende hacer un hombre mejor a partir del hombre mismo. Algunos incluso, proclaman sin rubor que se puede ser religioso prescindiendo de Dios. Son CREYENTES ATEOS, curiosa forma de describirse a sí mismos. ¿En que creen? En una sociedad mejor y en la gran capacidad del hombre para hacer esta sociedad nueva. Estas nuevas formas de fe destilan, por tanto, un humanismo a ultranza. Por ello promueven el diálogo entre todas las creencias y el desarrollo de este “ser espiritual” que todos llevamos dentro.
Ante este planteamiento “moderno” de la FE, surge la pregunta inevitable: ¿dónde queda Dios? ¿PUEDE EL HOMBRE REGENERAR AL HOMBRE SÓLO CON EL HOMBRE? El fracaso histórico del marxismo es posiblemente la evidencia más reciente de esta utopía. En este contexto histórico los cristianos tienen el deber y el privilegio de proclamar el mensaje de Cristo. Los creyentes debemos retener y, cuando haga falta, recuperar, la centralidad del MENSAJE DE LA CRUZ Es, en realidad, el mensaje de la verdadera Navidad, tan sencillo que lo puede comprender un niño, pero tan profundo que deja anonadado al más sabio. El mensaje de la Navidad está centralizado en el Hombre por excelencia, Cristo, y en el significado de su nacimiento.
Cristo nace en Belén para darnos cuatro grandes beneficios que se corresponden con las NECESIDADES VITALES del ser humano. Estas cuatro bendiciones las encontramos descritas en el cántico de Zacarías. (Lucas 1: 67-80):
-Salvación. “Y tu, niño, profeta del Altísimo, serás llamado.... para conocimiento de la salvación a su pueblo”. La salvación es el eje alrededor del cual gira toda la vida de Jesús. En realidad el nombre de JESUS significa SALVADOR. La salvación de Cristo no tiene un sentido social- la liberación política del yugo romano-, ni siguiera emocional, la capacidad para ser feliz en esta vida. Es mucho más profunda: implica la RECONCILIACION CON DIOS y, en consecuencia, el destino eterno. Para Jesús la salvación no consistía en erradicar los grandes males sociales de su época (pobreza, hambre, discriminación, violencia etc.,) ni tampoco en aliviar problemas personales. Todo ello va implícito en el mensaje del Evangelio, pero es la CONSECUENCIA DE LA FE, nunca su razón de ser ni su propósito. La salvación de Jesús es un fenómeno personal y moral con implicaciones sociales y emocionales, pero no a la inversa.
-Perdón. “...para perdón de sus pecados”. En este segundo beneficio se nos explica más en qué consiste la salvación. Cristo salva a su pueblo de sus pecados. Para ellos debe haber confesión de pecados. Esta es una de las grandes necesidades de nuestra sociedad, afectada por una ANESTESIA MORAL de trágicas consecuencias. Los conceptos de culpa y pecado hoy han quedado obsoletos. Nada es pecado, todo depende de la sinceridad y la intención con que se realiza un acto. La cauterización de la conciencia de nuestros contemporáneos les impide ver la profundidad del pecado en que viven, pero su miopía no los libra de responsabilidad ante Dios. Aunque no lo sientan, NECESITAN PERDON (ser perdonados por Dios, sentirse perdonados, perdonar a otros y perdonarse a si mismos). Y nosotros, los creyentes, no deberíamos contagiarnos de la “forma de ser de este siglo”. Preocupan los signos evidentes de “gracia barata” en algunos creyentes; la gracia barata les hace llamar bueno a lo que es malo, justificar el pecado con argumentos injustificables.
-Luz. “Para dar luz a los que habilitan en tinieblas y en sombra de muerte”. El conocimiento de salvación –conocer a Jesús- implica experimentar la luz de Jesús. Es el tercer gran beneficio de la Navidad. “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas”. Al salvarnos, Jesús trae no sólo salvación del pecado –perdón-, sino también luz. La luz de Cristo nos hace entender nuestra pobreza moral y nos abre una ventana nueva a la vida. Es una ventana que contempla un paisaje con esperanza, un paisaje donde mi vida y la historia tienen un sentido. En la perspectiva cristiana de la vida nada ocurre por azar, todo tiene un PROPOSITO. Los hombres hoy buscan la luz en focos artificiales que deslumbran, pero no alumbran. Por ello necesitamos proclamar, como el salmista, “porque contigo está el manantial de la vida, en tu luz veremos la luz”
-Paz. “Para encaminar nuestros pies por camino de paz”. El perdón siempre tiene un propósito obvio: la paz. Es la última consecuencia de la salvación y resultado de todo lo anterior. También aquí el sentido de la paz de Cristo es, ante todo, moral. Como consecuencia del perdón, se restaura nuestra relación con Dios y, por ello, estamos en paz con Él. Pero también tiene sus implicaciones sociales personales. Cuando uno está en paz con Dios, no puede odiar a su prójimo. La reconciliación entre los hombres es el resultado natural de la reconciliación con Dios. Al caer los muros que nos separan de Dios, deben caer también los muros que nos separan de otros hombres. El evangelio debe ser un poderoso instrumento de pacificación en las familias, en las relaciones personales y entre los pueblos.
Este es el verdadero mensaje de la Navidad: Cristo nace para morir en una cruz y traernos SALVACION, PERDÓN, LUZ Y PAZ; no una RELIGION.